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El Hierro: la última reserva espiritual

El Hierro: la última reserva espiritual

LA SEMANA PASADA se desarrollaron en la isla del Meridiano las jornadas "Senderos de ayer para el turismo de hoy", organizadas por el Cabildo herreño y por la Viceconsejería de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias, en las que participaron diferentes ponentes peninsulares y dos canarios, el presidente de la Federación Canaria de Montañismo, Ulises Fraga y un servidor. Hasta El Hierro fueron también José María Nasarre, asesor jurídico de la FEDME, Antonio Turmo, director nacional de Senderismo, Antonio Joaquín Sánchez, vocal de "Senderos de Andalucía" o Juan Jesús Ibáñez, representante español en la Unión Internacional de Montañismo.

En El Hierro se habló de legislación, de responsabilidad civil, tanto de las administraciones como de los ciudadanos, de los senderos insulares de Canarias, España y Europa; de qué se puede hacer para evitar que los senderos y caminos públicos sean destruidos, expropiados o absorbidos por particulares o administraciones, de los accidentes y sus repercusiones jurídicas, de la galería de Los Silos, de los buenos ejemplos y de las malas praxis, de por qué no se debe ni se puede cobrar en los senderos, de Marcos y Corderos, de los Parques Nacionales… De demasiadas cosas para que quepan en este escueto artículo, pero que resumiendo permitieron que, en tres días, ponentes y asistentes obtuvieran una visión amplia y actualizada de la multitud de aspectos y dificultades que afectan a la práctica del senderismo, la promoción de los caminos y los problemas que genera su desarrollo, tanto en Canarias como en el resto del territorio nacional. Fue una pena que muchas personas interesadas del resto del Archipiélago no pudieran participar, pero también hay que decir que casi siempre ocurre al revés, los actos de este tipo se realizan en Tenerife o en Gran Canaria, y rara vez se celebran en las islas no capitalinas. Por lo tanto, no me resta sino felicitar al Cabildo insular por esta destacada iniciativa y esperar que se puedan repetir en breve eventos similares en otras islas.

En definitiva, recomiendo desde este rincón a todo el que tenga oportunidad que acuda y viaje a El Hierro para disfrutar de su naturaleza, de sus senderos, perfectamente señalizados y mantenidos (a punto de ser homologados), pero sobre todo a disfrutar del "ambiente", la conexión armónica que han establecido los herreños con su territorio y que se percibe desde que uno llega al aeropuerto, donde "los aviones no aterrizan, se posan". En El Hierro se respira paz y sosiego, y esa peculiar atmósfera acaba impregnando casi sin querer el alma, incluso a una persona tan poco dada a la espiritualidad y a lo intangible como el que suscribe. La pregunta -en mi opinión- no es por qué en El Hierro se da este extraño e insólito fenómeno "sobrenatural", la pregunta debería ser en qué momento dejamos de percibirlo en Tenerife, en Gran Canaria, en Lanzarote, en tantos sitios… y cómo podríamos recuperarlo, si es que es posible. Palabras mayores, me temo.

Por otro lado, en ocasiones escucharán ustedes que El Hierro es una isla, como otras, subsidiada, es decir, que vive de las subvenciones de aquí y de más allá. Les propongo que la cuestión podemos enfocarla desde otra perspectiva: esta isla, que tiene el 75% de su territorio protegido, con su paisaje y su sociedad, con su apuesta manifiesta e inequívoca por el desarrollo sostenible (real, no sólo de boquilla) nos hace mejores al resto del Archipiélago, nos prestigia en nuestra oferta de turismo regional, mayoritariamente de sol y playa, de asfalto y bloque. El Hierro, como La Palma y La Gomera, aportan calidad ambiental, natural y paisajística a una oferta global que la ha perdido en las islas que ingresan la mayor cantidad de recursos económicos. En ese sentido, mantener a El Hierro sus espacios naturales y a sus gentes a salvo de los procesos especulativos y destructores del paisaje (y de la sociedad, no nos olvidemos) que han experimentado las islas turísticas es un objetivo esencial y de justicia redistributiva en el que no se pueden escatimar esfuerzos ni recursos por nuestro propio interés.

En definitiva, existen lugares, colectivos, incluso personas individuales, dentro de una comunidad que ayudan con su labor, personalidad, presencia o trayectoria a hacer mejor al resto. Aquí se trata de nada menos que toda una isla. Hay que valorarlo, sentirse afortunado por ello y -cuando se pueda- escaparse a la isla del Garoé para disfrutar, no sólo de ella sino también de uno mismo. No es poco.

http://www.eldia.es/2008-04-09/islas/islas2.htm

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