Me ha sorprendido la noticia con el titular, en cierto modo alarmista “Aparecen en Clavellinas (Telde) “lapas” con malformaciones por exceso de nutrientes que provienen de las jaulas marinas” y dado que tengo algunos conocimientos sobre biología marina, he creído necesario hacer algunas aclaraciones al respecto.
Las fotografías que acompañan al artículo me permiten afirmar, sin ningún género de dudas, que el molusco marino encontrado por los pescadores en cuestión, es ciertamente un molusco, pero que no tiene nada que ver con lo que en Canarias se conoce comúnmente como “lapas”.
Las “lapas” de las que en Canarias se pueden identificar cuatro especies distintas, las cuales vienen perfectamente recogidas en el artículo, son moluscos cuyo status taxonómico es el siguiente: Clase Gastropoda, Subclase Prosobranchia, Orden Archaeogastropoda, Superfamilia Patellacea y Familia Patellidae, mientras que el de la “extraña lapa” en cuestión es el siguiente: Clase Gastrópoda. Subclase Opistobranchia, Orden Notaspidea (o Pleurobranchomorpha según la clasificación que se utilice), Suborden Umbraculacea y Familia Umbraculidae.
Una vez establecida la diferencia de status taxonómico entre las “lapas” y la “extraña lapa”, hago unas breves consideraciones con respecto a la biología de la especie en cuestión: se trata de Umbraculum umbraculum (Lighfoot, 1786), molusco de gran tamaño, pues puede superar los 20 centímetros de diámetro en la base de su pie, con una concha de tipo pateliforme (de ahí la confusión con una lapa), mucho más pequeña que su cuerpo, localizada sobre el manto en la zona apical del cuerpo y bajo la cual se localiza una branquia plumosa muy desarrollada, parcialmente protegida por ésta.
Este molusco si bien no es excesivamente abundante en Canarias, aparece con relativa frecuencia en los fondos infralitorales, por debajo de los cuatro metros de profundidad (a veces los ejemplares juveniles pueden identificarse en los charcos de la zona mesolitoral), sobre sustratos rocosos, arenosos, areno-fangosos y en praderas de la fanerógama marina Cymodocea nodosa (seba). En los fondos rocosos se la puede encontrar bajo piedras, en el interior de grietas y cuevas o directamente sobre el sustrato. También indicar que es un organismo marino, a menudo difícil de observar, ya que los ejemplares de tamaño medio, como el de la fotografía que acompaña a la noticia, suelen tener la concha recubierta de diferentes epibiontes, entre los que se cuentan las algas. Se alimenta de esponjas por lo que no es de extrañar que se le haya encontrado en fondos desprovistos de algas, pues no se alimenta de ellas y por último, su área de distribución es el Mar Mediterráneo y el Atlántico Este , desde el Archipiélago Canario hasta la isla de Santa Helena.
Algo más de información sobre la especie en cuestión se puede encontrar en el libro “Invertebrados Marinos de Canarias” del que soy coautor, donde figura con la denominación Umbraculum mediterraneum (Lamarck, 1819).
Me extraña, tal y como se comenta en el artículo, que el ejemplar haya sido llevados al Instituto Canario de Ciencias del Mar de Taliarte y que allí comentasen que se trataba de una lapa vulgar, no comestible, pues me consta que en el citado Centro existen biólogos capaces de proporcionar una información correcta y no alarmista con respecto a un organismo marino habitual en los fondos canarios, por lo que supongo que no contactaron con la persona correcta. Si lo llegan a hacer, consideraciones que se apuntan en el artículo tales como relacionar los vertidos incontrolados de nutrientes procedentes de las jaulas de cultivos marinos con la evolución anómala de las especies de gasterópodos, lo cual es tanto como afirmar que los nutrientes son mutágenos y producen malformaciones, hipótesis, a todas luces inaceptable, por alguien que tenga mínimos conocimientos de biología, nunca se hubiesen hecho.
Es cierto que amplias superficies de las zonas intermareales y los fondos canarios presentan un estado de conservación muy poco aceptable, especialmente aquellas que se localizan inmediatas a los núcleos urbanos, por efecto de la presión antrópica (marisqueo incontrolado, prácticas pesqueras inadecuadas, vertidos de todo tipo, dragados, creación de playas artificiales, etc) y la tradicional desidia de la Autoridades competentes por hacer cumplir la legislación vigente en materia de ordenación litoral. Ahora de ahí a culpabilizar a las escasas explotaciones de cultivos marinos que existen en Canarias del deterioro medioambiental que han experimentado y siguen experimentado los ecosistemas marinos, va un paso excesivamente largo.
Creo que con todo lo expuesto queda claro que no se trata de un caso concreto en el que las Autoridades hayan tratado de ocultar o minimizar algo con efectos más o menos negativos sobre el medio ambiente, independientemente de que lo hayan (lo cual no me consta) o lo puedan llegar a hacer.
(*) José Miguel Pérez Sánchez es catedrático de Biología y Geología del I.E.S. José Arencibia Gil
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